jueves, 5 de agosto de 2010

Biografía de Esteban Valentino

Se recibió de Licenciado en Letras de la Universidad de Buenos Aires. Allí se especializó en literatura americana y argentina. Se desempeña como docente, profesor universitario y en el periodismo (trabajando en, entre otros, las revistas Somos, Para ti, Semanario, Noticias y los diarios Unomásuno, de México, y El Diario del Neuquén).[]
Su llegada a la literatura infantil se produjo a través la poesía. A pedido de su amiga Silvia Schujer (reconocida autora de libros para chicos y jóvenes) escribió un poema
para niños cuyo tema era "La bandera". Conforme con el resultado, Schujer le pidió luego un cuento sobre "el transporte". Como relata Valentino:

La novela era El hombre que creía en la luna y no fue del agrado de Kapelusz. Valentino la presentó luego en la editorial Libros del Quirquincho donde fue bien recibido por Graciela Montes y publicado.[]

 

 

Premios

  • Premio Nacional de Poesía joven (1983)
  • Premio Alfonsina Storni (1988)
  • Premio Amnesty International Te cuento tus derechos por el cuento "Pobrechico" (1995)
  • Su libro Caperucita Roja II fue considerado entre "los mejores del año" por ALIJA (1996) al igual que A veces la Sombra en 1998 y Un desierto lleno de gente en 2001.

Obra

Algunos de sus libros fueron publicados también en Puerto Rico, México y España.[]
  • 1977 El Cantar del Mio Cid (versión en español actual)
  • 1980 El Principito, de Antoine de Saint-Exupery (versión al español)
  • 1984 Septiembre literario (en conjunto, obra para adultos)
  • 1987 Cuento: "Una historia sin colectivos grandotes", incluido en el libro Mensajero 3
  • 1987 Poema: "Si yo hiciera mi bandera", incluido en el libro Mensajero 4
  • 1990 El hombre que creía en la luna (novela)
  • 1990 Las lágrimas nacen en Grecia (novela)
  • 1992 Poema: "La gente de Quemimporta" y cuento: "A la hora señalada", incluidos en Palabras en el bolsillo 4
  • 1992 Poema: "La canción del buen trato", incluido en Lecturas en su tinta 6
  • 1993 Cuentos: "No siempre hay buen aire bajo tierra" y "Un papá, un nene y un río", incluidos en Un viaje en libro 5
  • 1993 Cuentos: "La noche tenía algo de nocturna" y "Futuros eran los de antes", incluidos en Letras en órbita
  • 1993 Sobre ruedas (cuentos)
  • 1994 Mañana tiene nombre (cuentos)
  • 1995 Caperucita Roja II (cuentos)
  • 1996 Pahicaplapa (cuentos)
  • 1996 Perros de nadie
  • 1997 A veces la Sombra. Historia de un monstruo solitario (novela)
  • 1997 Cuento: "Pobrechico", incluido en la antología Te cuento tus derechos
  • 1998 Historias de otro tiempo... pero no tanto (cuentos)
  • 1999 Todos los soles mienten (novela)
  • 2000 El hombre que creía en la Luna (novela)
  • 2002 Las lágrimas nacen en Grecia (novela)
  • 2002 Un desierto lleno de gente (cuentos)
  • 2003 El cuerpo de Isidoro (cuento)
  • 2003 El mono que piensa. La Historia Universal da risa (cuentos)
  • 2004 Sin los ojos
  • 2005 Mañana tiene nombre
  • 2006 Los guerreros de la hierba
  • 2006 La soga
  • 2008 El mono que piensa II



Entrevista:

El escritor Esteban Valentino, en diálogo con nuestra colaboradora Fabiana Margolis, reflexionó sobre su obra y sobre distintos temas relacionados con la literatura y los libros para chicos y jóvenes.
-¿Cómo te gustaría ser recordado?
—Mi sueño es ser recordado como Melville. Me encantaría que en mis libros la gente leyera algo así como "andando el tiempo y sin un centavo en mi faltriquera me encontré en una posada..." o "años después frente al pelotón de fusilamiento el coronel Aureliano Buendía recordó cuando su padre lo llevó a conocer el hielo". Es decir, que alguno de mis libros tuviera un comienzo que marcara la vida de otros, que fuera un comienzo dicho de boca en boca. Como es el de Moby Dick, o "en un lugar de la mancha de cuyo nombre no quiero acordarme...", o el de Cien años de soledad. Recuerdo "sí, pero quién nos salvará del fuego sordo...", el comienzo de Rayuela. Me gustaría que mis libros dejaran marcas indelebles. "Canta, oh musa, la cólera de Aquiles, cólera funesta que precipitó al Hades las almas de tantos varones justos y así se cumpliera la voluntad de Zeus" tiene veintinueve siglos. Eso me gustaría. Yo vi una vez Jesucristo Superstar y dije "uy qué peliculón". La vi diez años después y era un cuentito. Fue una marca, porque no perdura. Todos los soles mienten  empieza diciendo: "el Sputnik, el Sputnik, gritaba Rogelio R.", me gustaría que alguna vez un pibe del 3020 diga eso. Así me gustaría ser recordado.
—¿Cómo llegaste a la literatura para chicos?
—Esa pregunta me la hacen mucho los chicos cuando voy a dar charlas. Llegué de la poesía, toda mi vida fui poeta.
—Vos ganaste dos premios de poesía.
—En poesía gané varios.
—¿Hay alguna obra tuya de poesía editada?
—No, en poesía no. Eso me daba bronca. Esto de ser una voz, si se quiere privilegiada, que había obtenido galardones en distintas instancias, merecía que por lo menos fuera una voz escuchada. Y sin embargo, mis libros, si yo hubiera querido publicarlos hubiera tenido que pagarlos. Pero bueno, ése era mi camino, yo escribía y no iba a dejar de hacerlo porque no se vendiera o no se conociera. Y entonces un día mi amiga Silvia Schujer me llama y me dice "quiero que me escribas un poema para chicos". Y encima el tema, "la bandera", un tema espantoso... Y ella me dice: "vos vas a escribir algo bueno...". Entonces escribí "Si yo hiciera mi bandera", que tuvo un éxito considerable. Y después me llamó otra vez Silvia y me dijo "quiero que me escribas ahora un cuento". Era sobre medios de transporte. Eso es más interesante. Escribí un cuento sobre un chico lisiado que lleva a un amiguito suyo a la escuela y le pone un cartel que dice: "esta unidad dispone de un lugar para una persona no discapacitada". Entonces el nene en su silla de ruedas con motorcito lo lleva a su compañero a la escuela. Y ése tuvo mucho éxito. Incluso lo publicó el Ministerio, salió en todos lados. A raíz de esos dos hechos me llamó la editorial Kapelusz y me pidió una novela. Ése era otro de mis sueños, que una editorial me llamara para pedirme un libro. Una vez yo había visto una película sobre un escritor, donde el escritor le decía a un amigo que no podía salir esa noche porque tenía que terminar un libro que su editorial le había pedido. Y ése me pareció el summum del éxito. Y de golpe me estaba pasando algo parecido y escribí El hombre que creía en la luna , que no le gustó a Kapelusz.
—¿Pero ellos te habían impuesto algún tema, algo específico?
—Nada, querían un libro mío nada más. Lo que a mí se me ocurriese. Nunca supe por qué no les gustó, porque la verdad es una historia fuerte, poderosa. Entonces lo llevé a Libros del Quirquincho y a Graciela Montes le encantó y me lo publicó. Descubrí que yo podía decir las mismas cosas que decía en poesía con otro registro, exactamente lo mismo. La misma melancolía tristona que tienen mis poemas es la misma melancolía tristona que tienen mis cuentos, mis novelas. Será que soy un melancólico tristón... (risas). Descubrí también que lo que yo llamo el compromiso comunicativo, es decir, que lo que el artista hace se conozca se cumplía. Y entonces me dediqué de lleno.
—¿Y ahora seguís escribiendo poesía?
—Menos, mucho menos. Le escribo a ella, sobre todo (señalando al interior de su casa, donde está su mujer).
—Si vos sentías que podías decir las mismas cosas tanto en tus poesías como en tus cuentos y novelas, ¿por qué no escribir también poesía? ¿Te parece que es más difícil para un chico acceder a la poesía?
—Me sale esto. Yo hoy podría publicar poesías para chicos y me las aceptarían sin problema en cualquier editorial. La ventaja que tiene esto es que una vez que te hacés un nombre es todo más fácil. Un original mío no necesita ir por las editoriales, me llaman para pedírmelo. Esto no es una vanagloria, es una realidad. Un original de poesía seguramente también. Pero me sale lo que me sale.
—¿Escribís para adultos?
—No. Bueno, poesía. Pero novelas, cuentos no. No quiero ser el clásico escritor frustrado de adultos que se dedica a los chicos porque es lo que puede hacer... Creo que hay como una especie de creencia de que la literatura juvenil es una subliteratura. A la que no se le da categoría de literatura, sino de subliteratura. Siguiendo este razonamiento, yo no sería un escritor, sería un escritor para chicos.
—¿Influyó la docencia en tu escritura?
—Influyeron mis alumnos. Yo trabajo en general en zonas marginales, me encuentro con espacios de marginalidad muy fuertes y esto le da a mi literatura una marca de preocupación por ese tema, por lo social, por lo que nos pasa, por qué estos pibes son estos pibes y no otros pibes que deberían ser. Chiquilines que no me roban porque me quieren, cuando deberían no robarme por el hecho de que el que está parado adelante es otro tipo. Me lo han dicho. Hay pibes que van armados, una tremenda incidencia de embarazo adolescente, chiquilinas que tienen pibes como un juego. Eso sale en mi literatura.
—¿Tus hijos leen lo que vos escribís?
—No... éstos no leen nada. Ni siquiera por una cuestión de astucia. Aunque sea para poder ir a bailar el sábado... nada (risas). Mi hija mayor sí, es más respetuosa.
—¿Cuáles son tus influencias y preferencias literarias?
—Mis autores preferidos son infinitos. Todos nosotros, la gente de mi generación, hemos sido terriblemente influenciados por Cortázar, aunque lo neguemos. Y en menor medida por Borges. Pero mucho esto de escribir como se habla lo sacamos de Cortázar. Así que este es un nombre obligatorio. A mí los libros que me armaron de pibe fueron todos libros de aventuras: Stevenson y, sobre todo, London. Y de London creo que saqué esta cosa de la tristeza melancólica, que invade todo, incluso hasta mi humor. Mi humor es un humor triste, un humor de derrotados. Me gustan mucho los derrotados, les tengo mucho cariño. Hay un poema de Almafuerte que habla en contra de los vencedores, de los ganadores, de los exitosos: yo lo suscribo absolutamente. Me gustan mucho más los perdedores. Lo cual marca una actitud, ¿no? Una forma de escribir y una forma de ser. Recuerdo por ejemplo un cuento donde el pibe se deja vencer por otro que había perdido al viejo y ésas me parecen actitudes dignas. En general los derrotados siempre me parecen más dignos que los vencedores. Y esto de estar parado frente al mundo es una cosa que está permanentemente en mis historias. Creo que eso lo saco de London. El autor que más me agrada releer es Tolkien, me gusta muchísimo y siempre que me hacen un regalo tiene que ver con él, pero no veo influencias de Tolkien en mi literatura. Veo más de Graciela Montes, por ejemplo. Graciela es de alguna manera mi mamá literaria, me llevó de la mano en los primeros años. Me dijo un día que yo era un escritor inquietante. No sé bien qué quiso decir pero me gustó
 —¿Qué libro te hubiera gustado escribir?
Moby Dick (responde sin dudar). Yo creo que cuando escribís un libro así... Yo escribí el libro que quería escribir. Todos los soles mienten es en buena medida el libro que yo quería escribir; si yo muero mañana, chillaré por lo breve, pero la verdad, no tendría mucho de qué quejarme. Hasta pude escribir el libro que yo quería escribir. No sé si alguna vez será Moby Dick, me encantaría que lo fuera. Pero si vos me decís "podemos borrar de la historia de la literatura un libro y que mañana aparezca con tu nombre", elegiría Moby Dick. Creo que es un libro perfecto. Cuando yo terminé de escribir Todos los soles mienten, fueron cuatro años de trabajo, me quedó un vacío enorme y eso es bueno, porque quiere decir que había algo fuerte atrás, ¿no? Y la sensación de que había llegado. Durante mucho tiempo no pude escribir nada, me sentía saciado.
—¿Cómo es tu día de trabajo?
—Depende, en general es a la mañana cuando estoy solo. Me siento en la máquina y largo una idea. Y después esa idea se va agrandando. Ya aprendí a escribir con los enanos dando vueltas por la casa. Depende también qué es lo que estoy escribiendo. Acabo de terminar una novela, de la cual tenía tan clara la idea, que no me costaba nada sentarme a escribirla. No siempre es así.
—¿Y cuando no se te ocurre nada?
—En general me siento en la máquina y escribo. Y algo sale. Siempre es mágico. A mí me cae muy simpática esta cosa romántica de la inspiración, como de Dios que te dicta, pero yo siempre sospecho que algo de eso hay. Porque yo termino de escribir, me leo y digo "¿quién escribió esto?". Este extrañamiento de lo propio nunca deja de maravillarme. Es raro, porque después trato de reproducir la génesis, como se dice en medicina, la etiología de esta enfermedad que es el libro y digo "¿cómo fue?". No me queda claro. Por eso debe ser que yo no escribo capítulos largos, porque necesito el control del espacio pequeño; que puede formar parte de un todo, pero igual en sí es pequeño. Yo creo que hubiera sido un buen autor de folletines. En Todos los soles mienten cada capítulo de alguna manera presupone el siguiente. Pero igual me sigue pareciendo extraño, no termino de comprender cómo es la mecánica total; así como tampoco me queda claro cómo hace mi hígado para digerir lo que como, una cosa parecida me pasa con el libro.
- Que bueno que vine ahora a hacerte la entrevista...
—Claro (risas). Son otros números. Yo debo haber vendido en total, entre mis doce libros, ciento veinte mil o ciento treinta mil ejemplares, más o menos. Los números que se manejan acá son sin duda otros números.




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